martes, 8 de abril de 2008

Tempus fugit

Hace dos mil años, en la época en que una ardilla podía ir desde Bilbao hasta Algeciras saltando de árbol en árbol sin tocar el suelo, los antepasados que habitaban nuestro terruño mesetario, utilizaban un latinajo para indicar que el tiempo fluye constante, invariable, imparable. El continuo espacio – tiempo de las leyes físicas, que en toda película de ficción científica que se precie, se modifica a voluntad de los protagonistas para dar trama a la historia. Pero en la realidad el pasado es inmutable. El tiempo pasa unas veces, dependiendo de nuestra percepción, más rápido, otras más lento. Pero lo que está claro es que no se detiene a nuestro gusto. Fluye constante. Y cuando eres pequeño, hay ocasiones en las que el tiempo parece que no pasa; esas clases infumables de asignaturas horribles de cuyo nombre no quiero acordarme, en las que parecía que las manillas del reloj se detenían para hacernos más larga la tortura de aquella instrucción. Otras veces, sobre todo cuando disfrutabas, deseabas con todas tus fuerzas que el minutero no avanzase en su imparable camino hacia el futuro, para que ese momento ideal durase por siempre. Pero nada, tanto en uno como en otro caso, el tiempo fluía, fluye y seguirá fluyendo imparable, constante, metódico. No sé si es una percepción mía, o es general, pero me da la impresión de que según vamos avanzando en edad, parece que el tiempo cada vez pase más deprisa. Parece que era ayer cuando salíamos de casa corriendo porque llegábamos tarde al colegio. Parece que fue ayer cuando, tras haber pasado con éxito la selectividad, poníamos rumbo a nuestro nuevo lugar de residencia, dejando atrás los años vividos en Aranda, mirando de frente, cara a cara, a nuestro nuevo futuro. Y sin embargo no. Si miramos el calendario, la prueba irrefutable del paso del tiempo ahí está. La gente cambia, las ciudades, las situaciones, todo. El paso del tiempo no perdona. Es en ese momento cuando te das cuenta de los aciertos, y de los errores del pasado. Cuando dejas volar la imaginación, y piensas qué hubiera pasado si hubiera sucedido tal cosa, si no hubieras tocado aquello, o si hubieras estado en aquel lugar en aquel momento concreto. Es cuando echas de menos una máquina del tiempo que te permitiera jugar a ser Dios, y cambiar el espacio y el tiempo a tu gusto. Pero no, la realidad es la que es, y no admite devoluciones. El rodillo del tiempo pasa implacable, sin piedad. Nos viene entonces a la mente otro latinajo, aquel que dice ‘carpe diem’, disfrutemos del momento. Solo se vive una vez; aprovechemos bien el tiempo que se nos ha concedido.

1 comentario:

fontsam dijo...

Echando la vista atrás, ya hará unos 13 años que un tal Victorino o Javier nos enseñó esta expresión de "tempus fugit" en una de esas (a veces aburridas, a veces surrealistas)clases de literatura.

Y voto a brios,después de volver a recordar en un flash estos 13 años precedentes, que habrá que vivir la vida al máximo (aunque ultimamente dudo si no la estoy viviendo ya....).